sábado, marzo 05, 2005

No era un sueño críptico, sino muy básico. A veces es mejor mostrar todas las cartas desde un principio.

Domingo.
Llora como una madre a la cual sus hijos abandonan. Llora por sentir que la edad de 13 años sigue encriptada en su hard drive (la papelera está llena y cada vez que intenta vaciarla el ordenador se cuelga). Llora porque siente el culo grande y pesado, la conciencia demasiado estable, y ciertos aspectos estancados. Porque mañana vuelve a elevarle la sonrisa a quien ande maltrecho.

Luego se hace amiga de otro dealer de objetos robados. Mohamed, quien ofrece regalarle un televisor, un refrigerador y la rueda que le falta (mañana). Lo acompaña a buscar algo a casa de su hermana, pero no entra. Cuando la deja sola con una mercancía de primera línea (una bici que no ha de pesar más de 5 kilos, lo mismo que la mitad de su culo) le dice que la robe si así lo desea. Ella sonríe, siendo línea divisoria entre unas 50 putas (prácticamente en paro) que la miran con desdén y unas 10 mujeres que salen en ese momento de un templo pakistaní (cabezas cubiertas, sonrisas forzadas). Saca su cortaplumas multiuso y afloja el tornillo de la campanilla hasta sacarla. Cuando él baja le dice que ya le ha robado algo, exhibiendo luego de una cuadra la campana a modo de anillo en su mano derecha. Mohamed le dice, chilena, sí que podemos ser socios ahora, eres buena, tardaste menos de dos minutos. Ella responde que no es nada, que lo suyo es la piratería. Él ofrece sacarle papeles de residencia. Ella le da un dulce de 3 milímetros de diámetro, amarillo, rechaza pero agradece.